jueves, 17 de diciembre de 2009

Entrevista a Francisco Solano López


Héroe colectivo
Por Lautaro González
(Colaboración: Marcelo Telez, Fotografía: Lautaro González)

Desde “”El Eternauta” marcó un quiebre en la manera de hacer historietas en Argentina. Junto a Héctor Oesterheld, desaparecido por la última dictadura militar, supo transformar al héroe norteamericano, individualista y superpoderoso en la suma desinteresada de voluntades en plena resistencia peronista. A los 80 años dice “me pongo mal si no puedo dibujar”.

Al recibirnos en su casa de Almagro, la voz pausada de Solano López transmite tranquilidad y armonía en el devenir de una tarde calurosa de noviembre. Estamos frente a un referente cultural más que político. Desde su interpretación de los guiones de Oesterheld en la segunda parte de la década del ´50, sus dibujos modificaron la manera de concebir al cómix en el país. De esta manera formó a varias generaciones.
Algunos dibujos de la tercera parte del Eternauta apilados en una mesa hacen de escenografía. Sentado en una silla otros cuadros cubren la espalda del dibujante. Solano López responde preguntas en clave de relato; una historia entrecruzada por lápices y tintas y la lucha en plena dictadura por la supervivencia de uno de sus hijos. Es un hombre gigante, un maestro sin exageraciones que nos cuenta cómo siendo empleado del Banco Nación se transformó en dibujante de historietas.

-¿Cómo fue el proceso previo hasta llegar a “El Eternauta”?
- Es interesante reflexionar sobre ese aspecto. Mi familia me había armado un esquema: estaba empleado en el Banco de la Nación, ahí al lado de Plaza de Mayo, en el Departamento de oficinas de contratos y poderes. Tenía dos primos diez años mayores que yo. Tenían su estudio de abogados a una cuadra del Palacio de Justicia. Así que si me recibía de abogado tenía mi ubicación dentro del Banco y podía hacer los recorridos de tribunales ayudando a mis primos para hacer mi carrera ahí.
Cuando cumplí 22 años le dije a mi madre “hasta aquí llegamos”. Le adelanté mi contribución económica a la familia de todo un año y le dije: “Si dentro de un año no estoy viviendo del dibujo vuelvo a buscar trabajo”. Entonces durante ese año estuve como ayudante de Horacio Amaya. Dibujaba cuentos infantiles. Lo ayudaba y al mismo tiempo recorría las editoriales con mis muestras. Ya en 1952 estaba en contacto con las editoriales Columba y Abril. Fue en esta última donde estaba trabajando Oesterheld, no como empleado dentro de la editorial sino como colaborador externo y consejero, orientador de la revista Más Allá. La editorial quería explotar la sección de historietas. Por eso le pidieron que guionara algunas. Empezó a escribir y al poco tiempo hizo Sargento Kirk y Bull Rocket para la Revista Misterix. Dos años después me ofrecieron hacer la de Bull Rocket. Me pidieron que imitara el estilo del dibujante italiano que había contratado la editorial que tenía preferencia por estos. Algunos años después de la pos guerra cuando la situación en Italia mejoró, se volvieron. Ahí se necesitaron dibujantes argentinos para sustituirlos. Y me tocó a mí. Me acababa de casar y tenía mucho entusiasmo por el trabajo en la editorial.

- ¿Cómo hizo para imitarlos?
- Me dieron una pila de los originales que mandaba el italiano para que tuviera a la vista el tamaño del original, la pincelada, etc. Trabajaba con un pincel de trazo muy finito y al mismo tiempo con un golpecito daba un trazo más grueso. Imitaba el estilo de Milton Caniff, un norteamericano muy famoso de aquellos años.

- ¿Cómo fueron los primeros encuentros con Oesterheld?
- El primer encuentro con Héctor fue cuando yo leía las historietas de la Editorial Abril. Quería ver el estilo de los dibujantes y el sentido de las historias. La más inteligente para mí era Bull Rocket, y yo me preguntaba “¿quién será este Oesterheld?”. La editorial le había pedido un guión de un piloto de pruebas norteamericano y Héctor lo convirtió en un piloto científico, explorador. Luego me enteré que Héctor vivía frente a la estación de trenes de Beccar, en la zona norte. Ahí lo fui a ver cuando me eligieron para trabajar con esas historietas escritas por él. Ya tenían importancia. Para mi fue un desafío. Me dieron el guión y tuve que interpretar el estilo del dibujante italiano para ver si los lectores se daban cuenta del cambio y protestaban. Como no dijeron nada la historieta fue mía durante algunos años. Al principio de los ´50.
En el año ´55 o ´56 Héctor había asimilado su triunfo en el género de historietas de aventuras realizadas por editoriales locales, aunque utilizaran dibujantes extranjeros. Aquellas historietas que aparecían en publicaciones semanales vendían entre 200 y 300 mil ejemplares. Las editoriales de la época (Columba, Dante Quinterno, Abril) realizaban en conjunto una tirada de 1 millón de ejemplares de historietas. Eso duró unos cuantos años. Al ver el éxito que producía esto, sumado a la cultura libresca de Oesterheld, se dio cuenta que podía imponer su estilo y armar su propia editorial.

- Se produce el paso del héroe extranjero, universal y con un fuerte predominio cultural norteamericano a un héroe nacional identificado por los lectores.
- Ejercitamos ese descubrimiento o esa libertad, siendo Héctor el dueño de la editorial. Fue también producto de nuestra propia evolución y formación. Se fundieron en un solo producto. Empezamos a trabajar sin declaración de principios ni nada que se le parezca con dos personajes que empezaron como prueba: “Rolo, el marciano adoptivo” y “Joe Zonda”. Rolo era maestro de escuela, presidente del club, y líder de la barra del café del barrio. El y sus amigos fueron a parar a Marte en una lucha interplanetaria. Todo con un tono festivo, liviano, aventurero pero con humor. Joe Zonda era el equivalente de Rolo pero en el campo y aprendía todo por correspondencia. Esas fueron las dos primeras historietas que hicimos juntos destinadas a un género que recién se estaba inaugurando. Frontera y Hora Cero eran las revistas con que empezamos. Fue en abril de 1957. En septiembre, Oesterheld pretendía armar algo más folletinesco con episodios semanales. Hoy lo que leemos como libros salieron como folletines en los diarios de aquellas épocas. Nuestras historietas por entregas semanales, eran episodios que siempre tenían un final de suspenso para dejar enganchado al lector.

- Usted es autodidacta. ¿Cómo vivió el quiebre que produjo “El Eternauta” en la historia del cómix nacional desde ese lugar?
- Por razones de supervivencia imité el estilo del italiano Paul Campani que a su vez imitaba a Milton Caniff. Por ese lado venían las influencias. El grafismo que se utilizaba para ese tipo de trabajo tenía esas reglas; el uso del pincel o la pluma en distintas combinaciones según el estilo de cada uno de aquellas épocas. Cuando empezamos a trabajar con Rolo y Joe Zonda, estaba completamente infectado del estilo norteamericano. Estábamos un poco fastidiados de ese estilo y particularmente buscaba un estilo propio. En una de las conversaciones con Héctor acerca de “El Eternauta”, le pedí que acentuara la característica realista con una visión más detallada de la personalidad y caracterología de los protagonistas. Eso lo acercaba un poco más a la literatura pero me daba a mí la oportunidad de convertir los grafismos estereotipados por la historieta norteamericana en algo más sentido, con un significado más expresivo: en las expresiones faciales, en la gestualidad de las manos o la actitud corporal para que acompañara la ambientación típica local sin exageraciones. No pensaba en darle ninguna connotación criolla o nacionalista tipo militante o político.

- Sin embrago hay cierto relato que se condice con una situación política que se daba en el país por aquellos años: el golpe del ´55 y la resistencia peronista.
- Cuando hicimos "El Eternauta” (1957-1959) empezó siendo una historia que Oesterheld pensaba que iba a durar 60 páginas y terminó teniendo 360. Eso se construyó sobre la marcha. No estaba escrita, estaba la idea. Los lectores con su interés y sus cartas de adhesión a la historia hicieron que se prolongara. Posiblemente se hubiera prolongado un poco más. Oesterheld era geólogo y su hermano, que le hacía de gerente administrativo, Ingeniero Agrónomo. El mundo editorial, el mundo de la calle, los kioscos, los canillitas y distribuidores es un mundo que hay que conocerlo desde adentro y armarse para saberse defender de los peligros que entraña. Todos los chicos iban a comprar las revistas pero los números no les daban porque una parte importante de la tirada se hacía por izquierda, entonces las cuentas no les daban. Oesterheld escribía los guiones de las tres revistas: Hora Cero, Frontera y Hora Cero Semanal. Dónde y cuándo iba a aprender toda la picardía del mundo de la calle y de las revistas. Muchos años después me enteré que la Editorial Columba tenía la práctica de tener una persona encargada de estar presente en el momento de impresión. Exclusivamente dedicado a una vez terminar la edición destruir los originales. Eso no lo hicieron ellos. Ahí vino el problema. Héctor tenía un proyecto muy interesante como intelectual de izquierda que consistía en que íbamos a recibir los originales una vez utilizados y así manteníamos los derechos. Lo otro era, como estaban escasos de capital, nos ofrecían anotarnos en un cuadernito y asociarnos con un porcentaje virtual que en algún momento sería recuperado como efectivo o quedar en carácter de asociado a la editorial. Nunca lo pudieron hacer y se empezaron a aflojar los resortes de la tensión creativa del grupo.

- Dentro de “El Eternauta”. ¿Cuál es el personaje con que más se siente identificado?
- Me siento identificado con el personaje que hago en el momento. “El Eternauta” fue un poco el banco de prueba de mis cambios de estilo. El puente fue la historieta de Rolo y Joe Zonda que me conectaba con los restos del estilo norteamericano. Ahí empecé pero tenía muchos ticks gráficos que se repetían en la ambientación y en estos personajes. Recién lo logré con un tratamiento más dedicado y detallado con Oesterheld como escritor y guionista. Los personajes actuaban no como muñecos aventureros esteriotipados sino como personas. Entonces eso me daba la posibilidad de ejercitar lo que quería: dar vida expresiva a los protagonistas con personalidades definidas de acuerdo al desarrollo de la aventura. El profesor Favalli con su sabiduría y ponderación, Franco, un muchacho joven, obrero, activo, inteligente, improvisando soluciones y yendo siempre al frente con su juventud. El propio Juan Salvo con las limitaciones de un hombre dedicado ya a una actividad pequeño burguesa. Todo eso se reflejaba en las anotaciones del propio Oesterheld en el transcurso del relato. Yo ya no tenía como punto de referencia los grafismos que se utilizan en la típica historieta norteamericana. Mentalmente me ponía en la situación de construir el personaje directamente en la página. Por eso a veces el personaje no sale igual que en la página anterior. Preferí elegir ese camino. Me interesaba representar con fidelidad la humanidad de los protagonistas en sus distintas variantes según la personalidad de cada uno de acuerdo a cómo los representaba Oesterheld.

- ¿Esta naturaleza humana de los personajes también se traslada a la composición del marco social y político de la historieta?
- En todos hay un marco social y político, progresivamente. Mi vínculo con la editorial terminó en 1959. Me resultaba atrapante poder dar autenticidad a esa ambientación a los personajes que actuaban de acuerdo a seres vivos. Me sentía cómodo interpretando la narrativa argumental y literaria de Oesterheld con mi aporte gráfico. Hacíamos tres historietas, una para cada revista. Ya a mediados de los ´70 la situación era explosiva. Resultado: terminó desaparecido Oesterheld y preso uno de mis hijos.

- ¿Cómo surge la idea de “héroe colectivo” en contraposición del norteamericano?
- Siempre estuvo presente. Desde Bull Rocket el personaje aparece muy serio, reservado e inapelable, también contaba con sus amigos. El Sargento Kirk tuvo un grupo de apoyo de rebeldes sociales. Rolo tenía su barra en el café y el club de barrio. Joe Zonder si bien fue más solitario también tenía un compañero. De manera que es una idealización que le da contenido humano y calidez a los acontecimientos que se narran. Es un ingrediente que incluso tiene un sentido ético donde se propone la solidaridad a través de la vía afectiva y comprometida de los protagonistas. Si bien los superhéroes de las historietas norteamericanas también tienen un grupo de apoyo, este siempre es secundario.
En la segunda parte, y aquí está el fallo, Oesterheld pinta a Juan Salvo como vanguardia. Se vio forzado. Podría haberle dado otra orientación: podría haber continuado con el mismo criterio de armar su propio grupo de pertenencia colectivo.

- ¿Se vinculó con alguna organización política de la época?
- En ese momento Oesterheld estaba clandestino. Durante todo el desarrollo de la segunda parte de “El Eternauta“, yo estaba en contra. Trasladándonos al tiempo actual: puede haber muchas críticas para el gobierno de Cristina y su marido, pero crucemos la vereda de enfrente. ¿Con quién nos vamos a encontrar?. Antes decían los muchachos (por el ERP y Montoneros) están loquitos pero enfrente estaba Videla o Masera. Entonces me quedo de este lado. Finalmente el riesgo lo corrió Héctor por que no es la politización montonera de “El Eternauta” en esta segunda parte, sino algo marginal. Tenía una actividad política que era superior a su actividad profesional, incluso, marginal, de hacer una historieta montonera con “El Eternauta”. Estaban más ocupados en hacerlo desaparecer a él y a toda su familia. Lo que hacíamos con “El Eternauta” de la segunda parte era suficientemente explícito e interesante como para que me vinieran a pedir otra cosa. De todos modos ahí andaba Gabriel, mi hijo, con su trabajo de militancia. No llegué a ser un militante revolucionario a través de mi historieta. Salió un poco por el afán de ajustar y darle dramatismo a las invenciones argumentales de Oesterheld. Le dije que parara un poco la mano sin mayor resultado.


Por esos momentos pasaba algo más. Gabriel, el hijo menor de Solano López se había incorporado a la militancia, pese a la oposición firme de su padre. A principios de 1977, llegó a la conclusión de que la vida de su hijo corría peligro. Como ya tenía planificado un viaje a Europa, el dibujante logró rastrear a su hijo y se lo llevó.
El 27 de abril desaparece en La Plata Oesterheld. Ya en España Solano López oscila acerca de que las últimas entregas de la segunda parte de “El Eternauta” hayan sido escritas por el guionista. “Dudo hasta estéticamente. Resultaban un poco macarrónicas. Se ponían alas como de murciélago para volar. O lo hizo a propósito por el acoso que sentiría. Eran un poco ridículos de acuerdo a sus capacidades”, recuerda.
Ya en el final, a modo de juego, la incógnita acerca de qué tipo de país se encontraría “El Eternauta” si viajara en el tiempo y llagase al 2010, se transforma en pregunta. “Encontraría un país peor que en 1957 pero de perspectivas mayores. Peor porque en 1957 estábamos muy cerca de la defenestración del `55. Estaba muy fresca la Revolución "Fusiladora". Hoy nadie habla de la Constitución del ´49. El Eternauta encontraría mucha más lucidez porque se ha sufrido mucho. Los ´90 fueron terribles y ha despertado la capacidad de análisis. Se ha vuelto a referenciar a Scalbrini Ortiz, a Jauretche. Tenemos que sostener un punto de encuentro para el diálogo”, analiza luego de firmar algunos dibujos para este medio.



Publicado en Revista 2010, #34, Dic, 09