martes, 17 de febrero de 2009

50 años de la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre


EL HECHO MALDITO DEL PAIS DESARROLLISTA

Durante la segunda mitad de enero de 1959 la ocupación del frigorífico Lisandro de la Torre y su posterior desalojo por fuerzas militares y policiales, desencadenaron el estallido insurreccional del barrio de Mataderos y el principio de una huelga general nacional que puso en jaque la fragilidad institucional del gobierno de Arturo Frondizi.

En el mundo del odio de la Revolución Libertadora, instaurada desde 1955, existió un ejemplo de lucha organizado desde las bases obreras del Frigorífico Lisandro de la Torre, en Mataderos. Vale la aclaración: si bien gobernaba Arturo Frondizi bajo la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), lo hacía bajo la tutela de los militares fusiladores y con los votos prestados de Perón en el exilio madrileño.
En los primeros días de enero, el presidente Arturo Frondizi ajustaba los detalles de su visita a los Estados Unidos; sería el primer mandatario argentino en visitar oficialmente la potencia dominante de posguerra. Su política había dado muestras sobradas de alineamiento: los contratos petroleros, la Ley de Radicación de Capitales y, a fines de diciembre de 1958, el anuncio al país de la aplicación del Plan de Estabilización elaborado a partir de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. De esta manera Frondizi abandonaba rápidamente su retórica de desarrollo industrial nacional para inclinarse hacia una industrialización dependiente del capital extranjero, principalmente de EEUU.
El Plan de Estabilización, además de congelar los salarios, se basaba en la liberalización del mercado cambiario, la devaluación del peso y un enorme estímulo a la inversión extranjera mediante rebajas impositivas, reducción radical de tarifas aduaneras y suspensión de control de precios, entre otras concesiones. De esta manera Argentina ingresaba a una crisis crónica de balanza de pagos a cambio de un préstamo del FMI.
La política represiva de Frondizi no se hizo esperar: Estado de Sitio para frenar las luchas obreras de la Resistencia Peronista como la de los Ferroviarios, ya que varios activistas fueron juzgados y condenados por tribunales militares debido a su participación en las medidas de fuerza.
Junto a esto, el aumento drástico de tarifas, la reducción del gasto mediante la paralización de la obra pública y el despido de 40.000 trabajadores, además de privatizaciones en el sector petrolero, productivo y de servicios, hizo que la clase obrera comenzara a pensar en la huelga general como única salida.

El barrio como lugar de resistencia popular

La resistencia y la lucha de la clase trabajadora alcanzarán su pico más combativo a mediados de enero de 1959, tras la privatización del frigorífico Lisandro de la Torre. Constituido como una gigantesca planta de faenamiento de carne para aprovisionar el consumo de los habitantes de Capital Federal y el conurbano, “El Lisandro” se había convertido en objeto de deseo de aquellos grupos privados ligados a la industria de la carne por la importancia creciente que éste había adquirido en el mercado interno por encima de las exportaciones. En el Lisandro se faenaban un millón y medio de kilos de carne vacuna por día, además de ovina y porcina. Es que el frigorífico regulaba a todos los demás, y permitía al Estado recuperar una gran cantidad de divisas provenientes de su cuota de exportación, a la vez que fijaba el precio al consumo.
Conocida la noticia de su privatización, los trabajadores se organizaron para resistir. La fábrica contaba con un sindicato autónomo ganado por una lista peronista conducida por Sebastián Borro, y un poderoso, disciplinado y renovado cuerpo de delegados que funcionaba con mandato democrático de asamblea.
Los obreros se preparaban para rechazar la privatización y junto a los vecinos de Mataderos rompieron los moldes organizativos: recuperaron las experiencias de lucha de la Resistencia Peronista y mostraron las potencialidades que deja la comunión entre la organización fabril y la territorial.
Una década antes del Rosariazo y el Cordobazo, con una metodología y conciencia revolucionaria, el pueblo de la ciudad de Buenos Aires protagonizó una heroica gesta tras la toma del Lisandro para enfrentar su privatización a manos del gobierno.
Ante la proclama de la huelga, el Comando Nacional de la Resistencia Peronista, a través de John William Cooke, declaraba: “Los agentes del imperialismo, desde los cargos oficiales, utilizan el monopolio de la propaganda para atribuir a la huela general los móviles más aviesos y las complicidades más absurdas. (...) Esta huelga es política, en el sentido de que obedece a móviles más amplios y trascendentes que un aumento de salarios o una fijación de jornada laboral (...) Aquí se lucha por el futuro de la clase trabajadora y por el futuro de la nación. Los obreros argentinos no desean ver a su patria sumida en la indignidad colonial, juguete de los designios de los imperialismos en lucha.

Asamblea y barricadas en Mataderos

El 10 de enero, ni bien se conoció la intención oficial de hacer aprobar la privatización del frigorífico, los trabajadores comenzaron a preparar la resistencia. Cerca de 2000 obreros se manifestaron frente al Congreso, mientras Borro y otros delegados se reunían con el presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Gómez Machado, pidiéndole una entrevista con el propio Frondizi. Dentro de la planta, con el apoyo del Comando de la Resistencia y dirigentes de otros gremios combativos, como Jorge Di Pasquale, (Farmacia), los trabajadores organizaron la toma.
El proyecto de privatización se convirtió en ley el 15 de enero. Al día siguiente, Frondizi recibió a los representantes de los trabajadores pero se negó a vetar la ley, tal cual se lo pedían. En la planta, una asamblea de 8000 trabajadores decidió la toma y se precisaron los mecanismos para resistir: había grupos de encargados de mantener encendidas las calderas para tener agua caliente que disparar con las mangueras; otros con la responsabilidad de tener preparada la hacienda para ser desbandada en dirección a las fuerzas represivas que entraran a la planta: otros con la misión de organizar la asistencia externa de vecinos y activistas.
En la tarde del 16 de enero, Frondizi envió a Niceto Vega, jefe de la Policía Federal, como delegado a negociar con los huelguistas. Además de recomendarles levantar la toma bajo amenaza de desalojo por la fuerza, sugirió que los trabajadores armaran una cooperativa para disputar la concesión del frigorífico. La respuesta obrera ante la amenaza y el consejo provocador no fue precisamente amable. Terminado el diálogo, el Ministro de Trabajo, Alfredo Allende, declaró ilegal la toma y ordenó el desalojo.
A las 3 de la madrugada del 17 de enero de 1959 tres tanques del Ejército llegaron hasta la planta de Mataderos abriendo el camino a una veintena de ómnibus de la policía, más numerosos patrulleros. Uno de los tanques rompió los portones perimetrales y las fuerzas policiales ingresaron a los patios. Cinco horas después el frigorífico había sido desalojado.
Ricardo Barco, delegado comunista partícipe de la escena, la cuenta así: “Avanzan los tanques. Estábamos colgados de los portones, un poco por la bronca y otro poco por inconsciencia, lo que pensamos es que iban a meter la arremetida pero que lo iban a parar (...) Yo, desde el portón fui a caer en un cantero allá como a cinco o seis metros... Y todavía allí cayeron otros... En medio de eso, que el tanque entra, avanza, la gente se da vuelta, se para en el mástil y empieza a cantar el Himno Nacional... No hay palabras para decir lo que siente uno en ese momento”.

La toma perdura en el imaginario social

Luego que fueran detenidos 95 obreros y otros 9 resultasen heridos, el plenario de las 62 Organizaciones declaró un paro por tiempo indeterminado. La indignación por lo ocurrido recorrió el barrio. Durante varios días obreros y vecinos libraron duras batallas contra las fuerzas de seguridad. Mataderos se convirtió en el barrio de las barricadas; se hacían con adoquines sacados de las calles, vías del tranvía, cubiertas de ómnibus incendiadas y clavos miguelito aportados por la Juventud Peronista.
En tanto, el gobierno allanó varios sindicatos y detuvo dirigentes, entre ellos, al “Lobo” Augusto Vandor, John William Cooke, Susana Valle y Felipe Vallese. Además declaró zona militar a las ciudades de La Plata, Berisso y Ensenada y ordenó su custodia con tropas militares. Entre tanto, Sebastián Borro y otros obreros de gremios chicos, como Jorge Di Pasquale, organizaban la huelga.
Desde los Estados Unidos, Frondizi declaró: “la conducción del país la tiene el Gobierno y no los gremios”. Luego de tres días el movimiento se debilitó: los colectiveros trabajaron el martes y las agrupaciones comunistas y democráticas abandonaron la huelga. El miércoles 21, las 62 Organizaciones decidieron el cese de las medidas de fuerza, aunque el sindicato del Lisandro de la Torre nunca levantó la huelga. Luego de varios meses y con Borro capturado, fueron cesanteados cinco mil obreros.
El dato sobresaliente que lleva a la reflexión reside en el plan que tenían los obreros para mantener estatizado al frigorífico: un contraproyecto para aumentar la productividad y el rendimiento de la planta mediante la adquisición de maquinaria para la utilización y aprovechamiento del sebo, la cerda, la sangre y las pezuñas. Al decir de los trabajadores: “Lo único que no pudimos lograr fue una forma de industrializar el mugido”. Es que el frigorífico había servido como un enorme freno contra las empresas monopólicas.
La toma del Lisandro fue la primera huelga general por tiempo indeterminado de la historia nacional. Los trabajadores de los frigoríficos privados Swift y Armour se plegaron a ella con una combatividad tal que el gobierno sólo pudo detenerla mediante una brutal militarización y represión en toda la zona. También los trabajadores de las fábricas vecinas, Pirelli y Federal, se unieron a la lucha. De esta manera la clase obrera se transformó en el dirigente espiritual de la población vecina.
Los lazos informales de la familia, la vecindad y el lugar de trabajo adquirieron una potente homogeneidad, reforzada en su máxima expresión cuando el Estado y su aparato represivo se aprestó a atacarlos. Estos lazos primarios fueron los que comenzaron de entrada a proveer la seguridad y defensa a los obreros y activistas en un plano que ninguna organización formal podía igualar.
Los objetivos, los métodos, y la organización propia de la clase trabajadora, arrastró tras de sí a todo Mataderos, que dependiente de la vida y funcionamiento de la fábrica, se plegó en una insurrección popular inusitada.
Este desarrollo político y de organización de los sectores combativos de la clase obrera perdurará durante los siguientes 15 años y permanecerá por siempre en la memoria histórica de los trabajadores argentinos.


Publicado en: Revista 2010- Febrero 2009



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